Estos dos días de Semana Santa me han venido de perlas para cargar baterías, mi cabeza me pedía naturaleza, caminatas por el campo y respirar aire puro y lo he tenido todo en un rinconcito de Asturias.

Nos alojamos en una casa rural, en pleno monte con las vacas y los caballos de la finca pululando al lado de la casa. No hay mayor placer, al menos para mí, que levantarme y desayunar al aire libre, con mi taza de té en la mano mirando al horizonte y no al reloj, con los pájaros cantando y en el silencio de la mañana, cuando todos en la casa están todavía desperezándose.

Los dos primeros días de estancia hicimos rutas de senderismo, caminamos al borde del río Eo, vimos cascadas, nos adentramos en el bosque y nos metimos en cuevas que tuvimos que iluminar con la luz del móvil, y en algún momento esa vegetación tan verde nos ayudó a recrear que no estábamos en Asturias si no en el mismísimo Amazonas.

El día de regreso bajamos a la costa y fuimos a Tapia de Casariego, recorrimos su paseo marítimo desde la carretera bordeando la playa hasta el pueblo pesquero, preciosa playa de surfistas y el pueblo muy pintoresco, donde comimos muy bien la gastronomía asturiana, fué la guinda del viaje.